jueves, 8 de octubre de 2009

Alférez de Franco: Pucho Lago


Un cabrón con suerte, el falangista este. La primera espada que entró en Barcelona, se adjudicaba. Temeroso de Dios, lo que se dice temeroso, creo yo que ni pa tanto, ahora las apariencias a engañar, que para eso están.

Tenía cierto aire a Franco, de hecho. Un Franco delgado, magro. O un Hitler españolizado, que tampoco es tan descabellado. Por lo del bigotito, digo, ese bigotito cano, cortito, que llevó hasta su último día. El típico bigotito facha, aunque qué sabría él de clichés. No le interesaban.

No es el tremendo escudo falangista coldado en la pared del comedor lo qué más recuerdo de la casa de mi abuelo Pucho. Es el estar sentada sobre sus rodillas, oh, esas sillas de mimbre crujiente, mientras él me contaba historias de Popeye, el Marino.

"Lo que tú quieras", le oigo decir, con voz de abuelo que adora a su nieta, "todo lo que tú quieras". Y en efecto, así era, así fue siempre hasta el día en que murió y me quedé sin él.

El día que murió mi abuela, un día de madrugada, yo había llegado corriendo a casa y alrededor de la cama donde yacía la difunta estaban todos menos él. Me acerqué al cuarto grande y encontré a mi abuelo sentado, con la mirada perdida. Creía que estaba soñando. Me preguntó: "Pero esto... ¿es real?" No se podía creer que su mujer había muerto. Yo le tomé de la mano y asentí, con los ojos secos. Triste por él, dolida por su dolor, su desconcierto, su aspecto frágil de viejo blanco. ¿Y a mí qué carallo me importó nunca el bando en el que luchó mi abuelo? Mi abuelo era mi abuelo, no era un militar, no era un facha, no era un especulador, no era un tirano, no era un cabrón, no era severo con sus hijos, no era más que el abuelo que me repetía "todo lo que tú quieras"...

Tan solo ocho meses más tarde también moría él. Creo que estaba ya harto, sí, lo creo. No más achaques, se dijo, que les den por culo a los achaques, yo la palmo. Un hombre de acción, hasta el último momento.

Solo tú sabes a qué me refiero cuando te pido perdón por lo de aquel día, el día en que pillé aquella rabieta. Tu respuesta fue: "Te daré todo lo que quieras". Tú no eras un soldado, al menos no entonces, porque me dejaste ganar sin haber peleado. Me dejaste ganar sin tener yo razón. Muy poco castrense, pero muy de abuelo.

Dios mío cómo te he echado de menos todo este tiempo, abuelo... Solo me consuela saber que por fin habrás podido darle a tu hermano esa patada en culo que tanto merecía y de la que solo se libró muriendo antes que tú.

Tu fruta fría. Tu fruta muy fría. La nevera llena de tus melocotones fríos...