miércoles, 23 de julio de 2008

La adolescente del día: Jingo


No lo fue siempre, pero lo es ahora.

Se siente como un manchón rosa y negro. Tiene amigos a los que nunca ha visto en persona. Le encanta el heavy metal, pero odia Guns'n'Roses. Ve películas de terror, saltándose los clásicos. Se pasa el día frente al ordenador (Enjuto) y nunca, nunca, nunca lleva falda.

Y, de momento, es mi única sobrina.
Bicos a todos desde Cambridge.

martes, 22 de julio de 2008

El lugar que ya no existe del día: El Monte de Jurujú


Donde ahora está la bocatería A Esquina (chapeau para el nombre), al fondo de la avenida de Ferrol, había antes un monte de tierra de un metro y medio de alto, una pila de barro y hierbajos pisoteados, cuando media Cangas era un gigantesco solar. Mi abuela Bonis llamaba a aquel montículo el Monte de Jurujú, y era obligado para mi hermana y para mí correr por su cima siempre que salíamos o entrábamos en casa.

El Monte de Jurujú ya no está. Tampoco el mítico Campo del Cuervo. Ni la sencillamente bautizada como Playa de la Caca. Ni mi abuela Bonis.

Ella,... pues,... no sé. Era vanidosa y pícara. Quizá son adjetivos demasiado sinceros para describir a una abuela. Se enorgullecía de su inusual nombre y de sus ojos verdes y su pelo rubio-rojizo. Contaba historias de pretendientes en caballos blancos, bailes de vestido largo, calesas de plumas, un abolengo que ella ya no llegó a conocer, pues los Barros del Amo ya no eran la gran familia descendientes del conde de Aldán, políticos y alcaldes, falangistas, primeros alféreces de Franco, propietarios de las fábricas de conservas. Les apodaban "Levitarachada" (levita rota, dando a entender que su fortuna se había esfumado, pero que todavía deseaban aparentar). El primo de mi abuela, Ángel Botello, fue el primer intelectual de la familia. Fue un gran pintor y la sala de exposiciones de La Casa de la Cultura de Cangas lleva su nombre. Le siguió mi madrina, Mª Paz Mariño Barros, diseñadora y escritora.

Pero mi abuela Bonis. Ella coleccionaba baratijas que brillaban como joyas. Atesoraba las escasas fotos que daban fe de su belleza nórdica. Hasta el último día de su vida, (ya muy enferma, dos ataques de trombosis y parálisis del lado izquierdo del cuerpo, amén de senilidad acusada) mintió sobre su edad. Tenía "alcumes" para todos. Mi hermana era Cocoliso, mi madre era Tejero (por dar órdenes como el infame golpista), yo era simplemente Mari. Y era su preferida. Creo que así quería redimirse para con mi padre. Pues ella favoreció descaradamente a sus otros dos hijos; a mi tío, porque fue universitario, y a mi tía, porque era su única hija. En fin, esto son cojeturas.

Ahora, cada vez que pierdo un pendiente, una moneda, pienso en ella. No había objeto brillante que se le escapase.

Abuela, ¿sabes qué? Me gustaría volver a comer tus "tornillos" de pasta y tu arroz con leche. Me gustaría que me mintieses una vez más, que volviésemos a cruzar el Monte de Jurujú de la mano y volver a escuchar que me llamas : Mari, Mari.

¿Abuela, estás bien?