martes, 8 de septiembre de 2009

Mi mamá me mima


Lo he intentado, pero tengo fiebre. Y ella está impresionante en estas fotos, igual a una estrella de cine de los 50. El cutre-escáner no puede captar su expresión seria, su mirada intensa, oscura, su peinado perfecto. Su ausencia total de maquillaje.
Como muchas jovencitas de posguerra, mi mamá trabajaba de sol a sol, dentro y fuera de casa. De los ocho hermanos que sobrevivieron a la malnutrición y a la meningitis, siete eran varones y seis de ellos mayores que la "neghriña do Cola-Cao", por lo que tocaba cocinar y rascar para todos. Luego, por las tardes, aprendía a sacar fotos en la única tienda de retratos del pueblo. Sacaba fotos de carné y estampas de postal de Navidad. Hacía de modelo para El Tuerto, gracias a quien conservamos centenares de imágenes de una muchacha de 18 años, posando con vestidos cortitos, con collares de perlas, con gorros última moda, con el pelo a lo garçon.
El Tuerto y mi padre eran íntimos amigos. Se enamoraron los dos de ella. Mi padre se pasaba puntualmente a preguntarle a mi madre cualquier chorrada: ¿Dónde se coloca el objetivo de esta cámara? ¿Cómo puedo hacer el efecto velado? ¿Cuánto cuesta este flash?...
Ella debía obediencia ciega a su padre y, me consta, siempre fue muy cumplidora. Pero veía a sus cuñadas, abnegadas amas del hogar, y ella deseaba ser otra cosa. Fotógrafa, ¿por qué no? Cuántos paisajes de convite nupcial y cuántos grupos de gente, borracha de romería, habrá inmortalizado durante sus años con El Tuerto. Pero se decantó por el no va más del momento: estética. Esperó hasta haber acabado su estudios de esteticista y masajista para casarse. Y entonces alquiló el local.
Si supiese la gente lo qué era entonces... Un gabinete propiedad de una mujer de menos de 30 años, dirigido por ella misma. Ella se ocupaba de todo y, bueno, no todas sus empresas llegaron a buen puerto, pero nunca jamás fracasó por no haberlo intentado. Así hasta hoy: el primer gabinete de estética del pueblo y uno de los poquísimos con esteticistas profesionales (no peluqueras con gusto por el maquillaje y la manicura, no: profesionales del maquillaje y la manicura, el masaje y el cuidado de la piel).

El memento mori es otra historia, la de hoy, 63 años después.
Hoy mi mamá cumple 63 años. Hoy es día grande de feria, la romería de Darbo, una de las más famosas y divertidas de todo el verano cangués. Como todos los años, subimos mi padre, mi madre, mi hermana y yo para comer hasta reventar y para bailar al son de las gaitas y para tumbarnos a la sombra de los árboles y ver a la gente ir y venir. También es un día importante de reunión familiar, pues no es solo el cumpleaños de mi madre, sino también el de mi difunto tío Manolo y cuando mis tíos se juntan siempre sacan historias increíbles; leyendas sobre la bondad de Manolito, su temple, su gran corazón. Leyendas sobre las romerías de antes, las comilonas las sardiñadas, las sopas de cabalo cansado. La niña Urbana, el angelote de tirabuzones rubios que murió con solo tres añitos... y mi primo Adolfiño.
Esta no es la foto que vi hoy en casa de mi tía. Este no es mi primo Adolfiño. Pero es una imagen aterradoramente similar, que me hace pensar en los muchos miles de niñitos muertos durante los años 50, mientras el resto del mundo se modernizaba y aquí en Galicia solo había analfabetismo, castañas y patatas.
Este mismo fin de semana, lo qué son las casualidades, leí con curiosidad morbosa el artículo de los memento mori, el Sleeping Beauty de Stanley B. Burns y creí que jamás tendría la suerte de tener uno entre mis manos; el retrato post mortem de algún conocido. Y mirá vos: mi primito de un año, en un ataúd casi idéntico al de la foto, en una pose clavada al de este niño, pero vestido de blanco y rodeado de flores, en uno de los muchos álbumes que guarda mi tía. Mi madre dijo, en un perfecto castrapo:
-O neno era meu ahijado y cando morreu ¡mimá!, non sei cantas veses resei o Credo.
Al parecer, como madrina de su sobrino, era importante que rezase un Credo el día del bautizo y, durante mucho tiempo, mi madre creyó que Adolfiño (bautizado en su honor) había muerto a causa de un Credo mal recitado...
Ay, mamá, descansa, muller. Descansa. Eres lo que más quiero en el mundo: lo que más quiero. Y solo pido poder subir a Darbo contigo, en tu día, el día de Darbo, durante muchos años, hasta que seamos las dos muy viejas y ya no nos acordemos ni de Adolfiño, ni de los Credos mal rezados, ni de nuestras disputas madre/hija, ni de nada que no sea el cariño que nos tenemos.
Feliz cumpleaños.